miércoles, 2 de noviembre de 2011

Por qué somos como somos (Eduardo Punset)

Dice Punset en su libro Por qué somos como somos que "en los patos Mallard [...] es habitual que varios machos acorralen a una hembra hasta debilitarla y después se turnen para copular con ella." "Patos Mallard"; así, con mayúscula y en aposición. Evidentemente, no hay ninguna especie de pato con ese nombre en castellano, porque no es así como se forman los nombres comunes en nuestro idioma. Pueden formarse con dos sustantivos en aposición, sí, pero en minúsculas, como el pato arlequín. Pueden formarse con un nombre y un adjetivo, como el pato colorado. Y pueden formarse con la preposición "de" seguida de un nombre común (pato de jungla) o propio (pato de Hartlaub). Pero "pato Mallard" no se encuentra en ninguno de esos casos. Ni se encuentra en la lista de Nombres en castellano de las aves del mundo recomendados por la Sociedad Española de Ornitología publicada por la revista Ardeola.
La única situación en la que en castellano se colocan un nombre común (con minúscula) y un nombre propio (con mayúscula) en aposición es al referirse a un individuo por su nombre (propio), como "pato Donald", "pato Lucas"... Pero tampoco parece que sea este el caso.
Entonces, ¿a qué se refiere Punset? No existe en toda la lista publicada por la SEO ni un "pato Mallard", ni un "pato de Mallard", ni un "pato mallard". Pero si uno se molesta en consultar un diccionario de inglés, descubre que el mallard (en minúscula) es ni más ni menos que el ánade real o azulón (Anas platyrhynchos), el más conocido de todos los patos.
Un simple error de traducción, dirán algunos. Como si un error de traducción fuera siempre leve y disculpable. Pasando por alto el hecho de que se trata de un libro escrito originalmente en castellano, es mucho más que un error de traducción. Es muy grave, porque se encuentra en un libro de divulgación, y su lectura induce en el lector al menos cuatro ideas:
1) Existe una especie de pato llamada "pato Mallard".
2) Este pato, del que nunca he oído hablar, debe de ser una especie rara que habite en alguna región exótica.
3) Si Punset ha tenido que recurrir a esa especie para hablar de comportamientos sexuales agresivos, debe ser porque en las especies más conocidas ese comportamiento no se da.
4) Si veo varios patos peleando y persiguiéndose en el parque de mi pueblo, será por otra razón, el comportamiento sexual agresivo es específico del "pato Mallard".
Pero esas cuatro ideas son falsas. El ánade real es un pato muy común y extendido, que habita en las zonas templadas de Norteamérica, Europa y Asia, y también está presente en Centroamérica y el Caribe. De hecho, el pato doméstico es una subespecie de ánade real. Este verano yo mismo he sido testigo del comportamiento que describe Punset en un parque de Alcobendas, en los alrededores de Madrid. Un seguidor de Punset habría pensado que no podía ser eso lo que estaba viendo.
El lenguaje como medio de comunicación sólo puede funcionar si el emisor y el receptor utilizan el mismo código. Esto es más importante si cabe en la ciencia, y por extensión en la divulgación científica, donde es necesario comunicar con precisión y exactitud las ideas. Por eso los biólogos utilizan desde hace siglos la nomenclatura binomial de Linneo, los llamados nombres científicos, para referirse a los seres vivos. Si al menos Punset hubiera especificado el nombre científico de su "pato Mallard", se podría disculpar el error, pero ni eso.
De todas maneras, dejando de lado el asunto de los patos, el libro, como libro de divulgación científica, deja mucho que desear. No pasa de ser una amalgama de las entrevistas realizadas en su programa de televisión Redes. Y contiene bastantes afirmaciones cuando menos discutibles. Por ejemplo, insinúa que los colores verde, azul, rojo... son construcciones mentales modernas, porque en la Edad Media existía el término sinopia, que se podía referir tanto al rojo como al verde, y el azul era sólo una variante del negro para los griegos y los celtas, entre otros ejemplos. Como si las palabras rojo y verde no vinieran del latín (russus y viridis, respectivamente), o como si el hecho de tener una palabra genérica o polisémica impidiera al hablante distinguir entre los distintos referentes o significados: que exista la palabra "fruta" no significa que no seamos capaces de distinguir una manzana de una pera, de la misma manera que cualquier hispanohablante sabe distinguir entre una piña de pino y una piña tropical. Además, dicho sea de paso, la sinopia es un pigmento de óxidos de hierro que se emplea en la pintura mural, de color variable, desde el ocre amarillento al negro, pasando por el ocre rojizo.
También afirma que "en cuestión de 10 ó 20 años el sexo y la reproducción estarán completamente separados", cosa que, si utiliza los términos "sexo" y "reproducción" en el sentido en que cualquier persona normal los entiende, no se cree ni él; y que "el mundo, tal y como lo conocemos, no existiría sin la memoria", una frase más propia de un libro de filosofía solipsista que de uno de divulgación científica. Intentaré acordarme, no quiero provocar la destrucción del Universo por un simple olvido. Como si al Universo le importaran lo más mínimo unos pocos miles de millones de homínidos en un pequeño planeta de una pequeña galaxia. En esa misma línea, convierte al escritor Marcel Proust en filósofo, supongo que para dar más valor y trascendencia a la interpretación que hace de su famosa magdalena.
En resumen, que no sé si he leído un ensayo filosófico salpicado de datos científicos, o un libro de divulgación científica empapado de opiniones filosóficas. Sólo se lo puedo recomendar a los seguidores incondicionales de Punset.

sábado, 9 de julio de 2011

Adiós, camaradas (Antonio Carballo).

Adiós, camaradas ganó en 2006 el Premio de Primera Novela Mario Lacruz, y el triunfo fue más que merecido, pues estamos ante una muy buena obra literaria. (¡Otra primera novela que recomendamos en este blog!).

Narra la vida de Alexei Konstantinovich, quien viene a nacer el mismo día en que su país pone en órbita el Sputnik-1, el primer satélite artificial de la historia, y claro eso le marca de tal manera que su objetivo, cumplido como verá el lector, es convertirse en cosmonauta. Otra cosa es que tenga la mala suerte de conseguirlo al borde mismo del desmoronamiento de la Unión Soviética, lo que tendrá para él unas consecuencias que no vamos a adelantar.

Antonio Carballo es cubano y, quizás por eso, es capaz de reflejar y analizar con fina ironía, cuando no con sarcasmo, el régimen comunista de la antigua URSS, superando las reticencias del lector ante tal desfase geográfico.

Carballo utiliza la carrera espacial como una excusa para desmontar el régimen soviético, en una parábola aplicable a cualquier sistema totalitario. Uno que ha vivido escasamente el franquismo, ve indudables guiños reconocibles en el régimen instaurado por quien se proclamó Vigía de Occidente. Y es que los totalitarismos, aun de signo distinto, por fuerza comparten estrategias y modismos.

La narración es muy ágil, llena de anécdotas, seguro que muchas de ellas fruto de la fantasía del autor, aunque quién sabe si no serán todas ciertas. Incluso la aparición de las guillotinadas en la ciudad cerrada en la que Alexei recibe su formación.

En resumen, una novela recomendable que merece la pena ser leída, por su frescura, su original linea argumental, su trasfondo político y su fino sentido del humor.

sábado, 2 de julio de 2011

La verdad sobre el caso Savolta (Eduardo Mendoza).

La verdad sobre el caso Savolta era uno de los pocos, si no el único, título de literatura contemporánea española que se citaba en mis libros de bachillerato. Desde entonces había tenido la curiosidad de leerlo, además de por su título, que me parece enormemente sugestivo.

Pues bien, no cabe duda de que los redactores de mi libro de literatura acertaron de pleno con su inclusión, pues La verdad sobre el caso Savolta puede ya calificarse sin temor a error como una obra clásica de la literatura española, una novela excelente desde todos los puntos de vista.

El relato está muy bien estructurado, su argumento es muy interesante, los personajes bien caracterizados, la ambientación fidedigna, la prosa excelente, y la resolución del caso Savolta, pues de una novela de trasfondo policiaco se trata, brillante.

Como sabrá el lector fiel a este blog, mi lectura de La verdad sobre el caso Savolta, ha sido posterior a la de Riña de gatos, lo que me ha permitido comprobar la extraordinaria vigencia de aquélla. No se aprecia el menor indicio del paso del tiempo, y si ignorante de su fecha de publicación (1975), me hubieran dicho que La verdad sobre el caso Savolta era el último libro de Mendoza, lo habría creído sin dudarlo. Pero no. Se trata de su primera obra y, con todo merecimiento, tuvo un éxito considerable desde el mismo momento de su aparición (de donde se deduce que el éxito no tiene porqué ser enemigo natural de la calidad literaria, como algunos tratan de hacernos creer).

A mí, digo, me ha merecido la pena el haber pospuesto esta lectura, pues sin duda he sabido apreciarla mejor que de haberla acometido en una fecha más cercana a su publicación. Pero no espere más el lector de este post si es que no la ha leído ya. Arrincone alguna de las dudosas novedades que las editoriales tratan de vendernos (¡horror, John Verdon, el autor de Sé lo que estás pensando, ha vuelto a publicar!) y déjese arrastrar de la mano de la prosa ágil de Eduardo Mendoza por el sórdido y violento ambiente barcelonés de entreguerras.

miércoles, 22 de junio de 2011

La soledad de los números primos (Paolo Giordano).

El azar ha ordenado algunos números primos -que se dividen sólo por 1 y por sí mismos- en parejas que se aproximan sin llegar a tocarse: 11 y 13, 17 y 19, 29 y 31, 41 y 43... Ésta es la esencia de la novela del debutante Paolo Giordano. Narra la vida de dos personas desde su infancia hasta determinado momento de su madurez en que se les hace ya evidente su condición de números primos que se aproximan pero no pueden tocarse.

Es la soledad el hilo conductor del libro, y su prosa descarnada puede inducirnos a pensar que también habla de nosotros mismos. Pero no podemos ser tan egocéntricos. Si bien es cierto que todos llevamos a cuestas nuestras pequeñas soledades, la que aquí refleja es la derivada de la especial condición personal de los dos protagonistas, una anoréxica y un cuasi autista, y por ello imposible de trasladar al común de los mortales (aunque algunos gusten de verse reflejados en situaciones extremas). Tanto es así, que en muchos de los pasajes que marcan pequeños hitos en la narración, y que permiten vislumbrar para los personajes una esperanza de redención, anhelamos que Mattia y Alice tomen el camino correcto y dejen de lado sus incontenibles afanes autodestructivos.

Pero no es así. Marcados desde la infancia por no pequeñas tragedias personales, ahondadas y multiplicadas por crueles episodios de su infancia y adolescencia, ambos caminan, con pocos rodeos, hacia la soledad con mayúsculas. Y en este punto puede verse una más que correcta evolución de la obra, pues si en algún momento el lector puede pensar que el autor va a regodearse con los pequeños/grandes dramas de la infancia, reveladores de la incapacidad de los niños en manejar sus pequeños universos y de la imposibilidad de los mayores en comprenderlos, enseguida retoma el hilo conductor para continuar la trayectoria vital de los dos protagonistas.

Podría pensarse en que la caracterización límite de Mattia y Alice facilita el desarrollo de la obra, claro que sí. Pero creo que no ocultar su personal psicología da verosimilitud al relato, lo contrario que suele suceder cuando quieren presentarse al lector reacciones incomprensibles de personajes pretendidamente “normales”.

Hablábamos en el artículo anterior de otro debut literario, la sobrevalorada El tiempo entre costuras. Las diferencias entre ambas obras son evidentes. Frente a María Dueñas, Paolo Giordano ha tomado el camino de la literatura. Y ello, claro está, refleja y requiere de un mayor talento.

Recomendamos, pues, la lectura de esta obra, en la seguridad de que no dejará al lector indiferente. Vale la pena.

martes, 7 de junio de 2011

El tiempo entre costuras (María Dueñas).

Quiero empezar esta crítica con una enhorabuena muy sentida hacia la autora. Que una primera novela, sin un gran apoyo editorial de inicio, se haya convertido en el éxito del año gracias al boca a boca, lo merece. Para ser sinceros, me produce incluso una “sana” envidia: ya me hubiera gustado a mí escribirla. Especialmente por el dinero que ha reportado.

Porque, no nos engañemos, la novela, tan alabada por el mismísimo Sánchez Dragó, literariamente vale bastante poco. Quizás no sea políticamente correcto, pero desde el principio se nota que está escrita por una mujer. Y entiéndaseme bien: cuando digo escrita por una mujer, quiero decir escrita por y para mujeres, pues hay escritoras excelentes que no dan pistas sobre su sexo al escribir. En fin, que, para ser más directos, hay un número excesivo de episodios con un incuestionable aroma a Bárbara Cartland o a nuestra Corín Tellado; con un decepcionante tufillo a telenovela.
 
El argumento puede ser correcto, una modista que, por mor de su estancia en el África española durante la Guerra Civil, se ve “obligada” a convertirse en espía. Sin embargo, su desarrollo es decepcionante. Los personajes son completamente planos: los buenos son buenos y los malos, malos, lo que para una novela de espías es algo poco creíble. Le faltan a María Dueñas unas cuantas lecturas de Le Carré, conocedor de un mundo del que nuestra autora demuestra ignorar casi todo. Por otro lado, las situaciones en las que se ve envuelta la protagonista siempre acaban bien, nunca pierde “plumas” por el camino, salvo, claro está, en los desafortunados amoríos que marcan esa desdicha interior que se empeña en arrojarnos a la cara cada vez que tiene ocasión.
 
Hay, además, algún episodio imposible: la reunión entre alemanes y portugueses de la que la modista es testigo a una cierta distancia, y que, sin embargo, es capaz de transcribir. ¿En qué idioma pueden hablar portugueses y alemanes? Evidentemente no en español, y a la protagonista no se le conoce el dominio de otra lengua. Y cualquiera que haya oído hablar a unos portugueses entre sí, especialmente cuando son labriegos y uno se encuentra en otra mesa atendiendo, además, a otra compañía, se da cuenta de que castellano y portugués no son fonéticamente tan semejantes como nos gustaría.
 
En cualquier caso, el momento más preocupante de la obra llega hacia el final, cuando, recobrada la capacidad de amar de la protagonista, por momentos parece que El tiempo entre costuras va a ser el punto de partida de una serie de novelas de espionaje protagonizadas por la modista y su flamante marido, espía también. Afortunadamente para todos, la propia autora desbarata esa posibilidad con las notas finales sobre los personajes (o al menos eso espero).
 
¿Entretiene la novela? Como cualquier novela de aventuras. ¿Es creíble? Pese a la aparición de diversos personajes históricos, no me lo parece. ¿Justifica el relato sus casi 600 páginas? Rotundamente no. ¿La recomendaría? Pues se me ocurren docenas de libros a los que dedicar el tiempo antes que a éste, empezando por el excelente Balzac y la joven costurera china, título que me viene a la memoria cada vez que pienso en este libro. Y, claro, las comparaciones son odiosas.

jueves, 28 de abril de 2011

El aliento negro de Dios (Manuel Nonídez).

Tengo que reconocer que, cuando El aliento negro de Dios llegó a mis manos, mi primera impresión fue de rechazo: una novela histórica escrita con el lenguaje y el estilo del Siglo de Oro, ganadora de un premio literario poco conocido (Premio Drakul de Novela 2007)... Su autor, Manuel Nonídez, me era desconocido, aunque según la solapa del libro tiene una larga carrera literaria.

Tiene que ser difícil para un autor escribir sin altibajos una novela de más de 400 páginas en un estilo tan alejado (supongo) del propio, pero Manuel Nonídez no sólo lo logra, sino que lo ha hecho con una soltura que ya quisieran para sí muchos narradores contemporáneos: La novela se lee de corrido; no se hace pesada en ningún momento. Al parecer, el autor estudió durante cuatro años los escritos de la época, no sólo para documentarse, sino para empaparse del castellano que se escribía entonces. Quizá un especialista pueda encontrar errores, imperfecciones y anacronismos en la novela, no lo dudo, pero a mí me parece una recreación excelente. Da el pego. Es una novela, no un tratado de filología.

El aliento negro de Dios narra en primera persona la vida de un joven soldado que participa en la expedición de conquista del Imperio Azteca de Hernán Cortés. Nonídez alterna las aventuras y desventuras de su personaje con el relato de los hechos históricos que sirven de marco a la novela. Es posible que la novela peque de ser didáctica en exceso, pero también en esto se nota la habilidad del autor; es de agradecer, por ejemplo, que el autor no hace a su personaje protagonista de todos los hechos históricos que narra: participa, a veces decisivamente, en unos; es testigo de otros; y de algunos sólo tenemos noticia por los relatos que le hacen otros personajes. La verosimilitud de la historia sale ganando.

Es en el final de la novela donde al autor "se le va la mano" para sorprender al lector con una pirueta argumental tan rebuscada como innecesaria. Este tipo de desenlace inesperado se está haciendo demasiado frecuente tanto en la literatura como en el cine y la televisión, como si la única intención de las novelas (o de las películas) fuese sorprender al lector (o espectador) en el último minuto. Lo que no llego a entender es cómo casa esto con la extensión cada vez más excesiva de esas mismas novelas y películas.

En resumen, El aliento negro de Dios es una novela entretenida, bien escrita y bien documentada. Muy recomendable.

lunes, 18 de abril de 2011

Los tres impostores (Arthur Machen).

Si uno lee una biografía de Arthur Machen, verá que es uno de los pioneros de los relatos de terror fantástico y de la novela gótica y, por ello, de su referencia por antonomasia, HP Lovecraft.
En efecto, Los tres impostores tiene en alguno de sus episodios un aire a Lovecraft, especialmente en aquellos relatos en los que presenta la desigual lucha del hombre contra una naturaleza arcana e indomable, aunque no llega a transmitir la atmósfera densa y opresiva que caracteriza las mejores obras del escritor de Providence. Cierto es que según parte de la crítica, Los tres impostores no es una de las más recomendables obras de Machen, aunque al ser la única que yo he leído (todo se andará), no puedo hacer comparaciones, por lo que mi referencia a ella hace abstracción del resto de su bibliografía y de las comparaciones que inevitablemente dejan en mal lugar a uno de los factores.
Porque Los tres impostores no es una obra del nivel de las que han dado justa fama a HP Lovecraft. Su estructura narrativa, forjada con la suma de relatos independientes narrados por personajes que aparecen dentro del principal, acaba siendo poco atractiva. Tiene la novela una estructura circular, en la que sus diferentes episodios vienen a confluir en un final común que, a su vez, devuelve al lector al inicio de la narración, con lo que, si la lectura se prolonga durante varios días, se le obliga a releer lo que en principio leyó para devolver al relato una cierta unidad narrativa. Según he leído, ello se debe a que toda la novela la construyó Machen como excusa para dar al relato titulado El polvo blanco un empaque mayor que el de un simple cuento de unas pocas hojas. Esto obligó, como es natural, a incluir más de una página de relleno para dar una cierta consistencia a la narración.
Pero el argumento (o más bien, los argumentos) tampoco es excesivamente original (al menos leído desde nuestros días), dejando en muchas ocasiones un poso de desilusión en el lector acostumbrado a los vericuetos narrativos de un Lovecraft, un Stevenson o un London, sin ir más lejos.
De todo esto, puede deducirse que es una lectura prescindible. No obstante, dado que el precio de la novelita editada por Alianza editorial, no llega a los 8 euros, es una buena oportunidad para que los amantes del género amplíen sus referencias. Creo que tan pequeña inversión puede, en este sentido, merecer la pena.

martes, 12 de abril de 2011

El hombre más buscado (John Le Carré).

John Le Carré no es sólo un clásico de la novela de espionaje, sino que su conocimiento profundo del mundo que describe (no olvidemos que él mismo fue espía) dio a este género un plus de credibilidad tantas veces ignorado por otros autores, más cercanos a las absurdas correrías de James Bond que a la cruda realidad de los servicios de inteligencia.
Y digo esto, porque uno puede abrir una novela de Le Carré sin miedo a perder el tiempo, sin miedo a terminarla tal y como la empezó, sin miedo a no haber aprendido nada del impenetrable tema del que trata, tan ajeno a la vida ordinaria de las personas de bien. Especializado en la época de la Guerra Fría, que tan magistralmente glosó, Le Carré ha sabido adaptar su relato a los nuevos tiempos, con un orden mundial lejano a la maniquea bipolaridad Este-Oeste, poniendo encima de la mesa las oscuras y sutiles facetas del concierto internacional actual, tal y como ya hizo con El jardinero fiel.
Precisamente, en El hombre más buscado, Le Carré entra de lleno en la paranoia que sacudió el mundo occidental tras los atentados islamistas contra las Torres Gemelas. Y lo hace desde la más absoluta objetividad, dando a cada uno lo suyo: a los islamistas radicales su afición al asesinato indiscriminado; a los servicios secretos su cínica propensión a desconfiar, poniendo en evidencia la incompetencia que de ordinario demuestran, la cual queda sin castigo si se exceden de precavidos pero no al contrario (con lo que la solución es obvia: primero mata y luego investiga); a los gobiernos occidentales su deseo de no disgustar al “amigo” americano, estando dispuestos a lo que sea para no ser tachados de sospechosos, tibios o reluctantes; y a las ONG, cuyo amateurismo a veces dificulta una solución, seguro que más heterodoxa, pero quizás más simple y efectiva.
En el argumento de la novela se relacionan muy acertadamente los residuos que dejó la antigua URSS, el blanqueo de capitales de la honesta banca occidental, el islamismo moderado, el islamismo radical, la dura (y a veces ingenua) labor de las ONG, los servicios secretos, siempre modulados en su eficacia por las ambiciones personales de sus componentes, ya sean políticos o técnicos.
Los personajes principales, ciertamente estereotipados (desde la bienintencionada abogada, al musulmán santurrón, pasando por el banquero entre codicioso y confiable y toda la suerte de cínicos espías de mayor o menor graduación), cumplen la función de desarrollar la trama a la perfección, si bien es cierto que el triángulo pseudo-amoroso que se establece entre los tres primeros, resulta tan innecesario como poco creíble (¡basta ya de que los protagonistas siempre se enamoren!).
Todo ello para llegar a la pesimista conclusión de que nuestras vidas pueden quedar, por mero accidente, al albur de una decisión precipitada o excesivamente precautoria de la gentuza sin escrúpulos que dirige los servicios de inteligencia. Porque quien lea El hombre más buscado, podrá llegar a concluir que, si bien es una suerte ser ciudadano de un país de primera división en cuanto al respeto de los derechos humanos, esta casilla de partida puede quedar en una mera anécdota si las cosas se acaban por torcer y, como en el juego de la oca, caes al pozo. Aunque peor aún es ser un pobre y desgraciado musulmán en busca de asilo.

viernes, 8 de abril de 2011

El cementerio de Praga (Umberto Eco).

De “sinfonía maligna” calificó el Vaticano la última obra de Umberto Eco, El cementerio de Praga, haciéndole una publicidad tan gratuita como impagable. Porque ¿quién se va a resistir a leer una novela así recomendada por Su Santidad? Efectivamente, en ella Eco ataca algunos de los comportamientos más indecentes de la Iglesia, cuya jerarquía está de costumbre más preocupada por lo terrenal que por lo espiritual (o, como aquí, conquista a navajazos en la tierra su lugar en el cielo).
He visto también descalificaciones desde la otra orilla de la religión, la judía, tachándole de apologeta del antisemitismo. Yo creo que éstos, o bien no la han leído, o, si lo han hecho, no han entendido nada, pues El cementerio de Praga no es sino un furibundo ataque contra toda la tradición europea de antisemitismo, así como contra la manipulación a la que se somete al pueblo creándole falsos enemigos para obtener una sumisión inexplicable desde otros parámetros.
El punto culminante de la obra está, precisamente, en esta conversación que mantiene el infame protagonista con un espía ruso, que se pone en contacto con él, reputado falsificador, para encargarle algún documento que permita criminalizar a los judíos:
—¿Por qué tenéis como objetivo en especial a los judíos?

—Porque en Rusia hay judíos. Si estuviera en Turquía mi objetivo serían los armenios.

—Así pues, queréis la destrucción de los judíos, como, quizá lo conozcáis, Osmán Bey.

—Osmán Bey es un fanático y, además, es judío también él. Mejor mantenerse alejados. Yo no quiero destruir a los judíos, osaría decir que los judíos son mis mejores aliados. A mí me interesa la estabilidad moral del pueblo ruso y no deseo (y no lo desean las personas que pretendo complacer) que este pueblo dirija sus insatisfacciones hacia el zar. Así pues, necesita un enemigo. Es inútil ir a buscarle un enemigo, qué sé yo, entre los mongoles o los tártaros, como hicieron los autócratas de antaño. El enemigo para ser reconocible y temible debe estar en casa, o en el umbral de casa. De ahí los judíos. La divina providencia nos los ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío que temer y odiar. Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza. La identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida, de esta esperanza imposible nacen el adulterio, el matricidio, la traición del amigo… En cambio, se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio. El odio calienta el corazón.


El cementerio de Praga, pese a estar ambientado en siglo XIX, es rabiosamente actual, pues de todo lo que en ella se habla puede encontrarse fiel reflejo en nuestros días. Sustitúyase al judío por el (y aquí ponga a su fobia habitual) y ya lo tenemos. Cámbiese la creación de documentos inculpatorios por la tertulia radiofónica o por la manipulación informativa, y llegaremos al mismo sitio. Sustitúyase el linchamiento físico del diferente por la difamación del adversario, e identificaremos ambas épocas.
Como lector me apena no tener una mejor formación sobre la época en la que se desarrollan los acontecimientos para poder apreciar todos los matices de la obra ya que, aunque algunos de los episodios históricos que relata me son conocidos (el caso Dreyfus), de otros no tenía apenas noticia previa.
Recomiendo la lectura de la novela, adornada con unos grabados también interesantes, sobre todo por el mensaje que propaga que, no por conocido, deberíamos dejar de tener presente. Sírvanos lo aprendido en ella para no dejarnos arrastrar por los pogromos que cada día se nos sirven para desayunar por muchos de los medios de (des)información que tenemos la desdicha de padecer.
En el debe de la obra está la conformación del relato como novela histórica, género que ya me parece tan sobre explotado como cargante. La novela histórica se está convirtiendo en una trampa (en el buen sentido de la palabra) para el lector, porque, si bien son a menudo sorprendentes las intrahistorias reales que explican cada acontecimiento histórico, permitirse inventarlas convierte al escritor de ficción en un claro ventajista.

lunes, 4 de abril de 2011

El mundo (Juan José Millás).

El otro día me crucé con Juan José Millás por la Gran Vía. Supongo que iba a la SER, al programa La ventana, donde colabora. Eso me hizo recordar la última novela suya que he leído: El mundo. Curiosamente es otro Premio Planeta, como el ya comentado Riña de Gatos, y también curiosamente, al igual que éste, puede recomendarse sin temor a defraudar (aunque hay gente para todo).
Es una novela autobiográfica, como reconoce el autor, situada en los años de su preadolescencia, con toda la carga de añoranza, positiva y negativa, que nos suelen traer esos años en los que todo es nuevo y todo nos produce miedo o plantea un reto. Bien es cierto que los recuerdos personales a otros pueden aburrir, y que puede caerse en la tentación de, a la manera freudiana, convertir esas vivencias en la coartada perfecta para explicar neurosis particulares poco justificables (y quizás haya algunos pasajes de la obra por ello más difícilmente digeribles), pero eso es lo de menos. De lo que se trata es de buscar un punto de arranque de un relato creíble y bien estructurado. Y creo que El mundo lo es.
Al tiempo de redactar estas líneas he releído algunas declaraciones de Millás sobre la obra, porque hay una parte de la novela que siempre me pareció un ajuste de cuentas con sus padres, seguramente ignorantes de la gravedad de determinados hechos que relata y que hoy llevarían a sus autores ante los tribunales, pero que en la época eran para los niños, desgraciadamente, el pan nuestro de cada día (sirva esto como excusa para ellos y para todos los padres que en el mundo han sido: la diferente valoración del sufrimiento propio y del ajeno -especialmente el de los niños). Y, efectivamente, confiesa el autor que tuvo que esperar a su muerte para referir esos duros acontecimientos. Como indica en el primer párrafo de la novela, la literatura es como el bisturí eléctrico que manejaba su padre: “cauteriza la herida en el momento mismo de producirla”. Seguramente desde este punto de vista es desde el que hay que entenderla: como todas las obras de este género, suele ser más valiosa para quien la escribe que para quien la lee, pero seguramente de ahí parte su interés. Porque, sí, a todos nos importa un bledo quién fuera el mejor amigo de Millás cuando tenía 10 años o a qué se dedicaba su padre, pero lo que tiene valor es relatarlo y hacerlo bien, como dije en mi crítica de El pibe que arruinaba las fotos.

viernes, 1 de abril de 2011

Nuestro amigo común (Charles Dickens).

Última obra completada por Charles Dickens, en la que el autor disecciona una vez más la sociedad victoriana que le tocó vivir, esta vez desde el punto de vista del dinero, su significado social y su capacidad para trastocar los valores de las personas y modificar sus actitudes.
El elenco de personajes es extenso y a lo largo de la obra, éstos sufren constantes variaciones en su caracterización, a veces a mejor (Bella Wilfer, aunque no termine de caernos muy bien esta interesada señorita), a veces a peor (Mr. Boffin, “el basurero de oro”), si bien, para que todo acabe bien, como es imperativo en las obras de Dickens, se vea forzado el autor a una explicación rocambolesca para rescatar a este simpático personaje de la siniestra deriva que sufre a mediados de la obra (supongo que era una demanda del público dickensiano de la época).
Para Italo Calvino es la mejor obra de Dickens, y no seré yo quien le contradiga, aunque a mí, las dos obras que más me han gustado son Los papeles póstumos del club Pickwick y, sobre todo, la egregia Martin Chuzzlewit, que recuerdo con añoranza -algún día la releeré-, y que me hizo disfrutar durante muchas tardes del invierno de 1980-81. Aprovecho, pues, para recomendarla encarecidamente desde estas líneas, aun cuando parte de la crítica la califique, injustamente, de obra menor (y cómo no recordar el Cuento de Navidad, de visita obligada en “esas fechas tan entrañables”, aunque sea en dibujos animados de Disney).
Volviendo a Nuestro amigo común, y como suele suceder en muchas de las obras de Dickens (debido sin duda a su publicación –y pago- por entregas), hay pasajes en los que el autor divaga por tramas colaterales de menor interés, pero en conjunto, es una novela que merece una buena lectura. Abandonada la idea de una clasificación innecesaria, es claro que nos encontramos ante una obra magna de uno de los mayores genios de la literatura mundial de todos los tiempos. Y con esto, y con una genuflexión ante Don Carlos, debería bastar.
Así pues, si esta Semana Santa viene lluviosa, no caigas en la trampa de arrojarte en brazos de los voluminosos éxitos editoriales del momento. Aprovecha la reedición de la obra que ha puesto en el mercado Random House en dos de sus sellos editoriales: DeBolsillo, este mismo año (12 eurillos) y Mondadori  el año pasado en una (cara -30€) edición en tapa dura; búscate un sillón cómodo con mantita y dale un buen empujón. No te arrepentirás.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El ejército perdido (Valerio Massimo Manfredi).

Hace unos años leí con agrado La última legión de Valerio Massimo Manfredi, una novela histórica bien construida, amena y creíble. No creo que su autor vaya a ganar el Nobel de Literatura, pero se trata de un entretenimiento más que digno. Esto me animó a leer El ejército perdido, del mismo autor, una recreación de la histórica Retirada de los Diez Mil que Jenofonte relató en su Anábasis.

En la novela, la aventura está narrada en primera persona por una joven aldeana que, enamorada de Jenofonte, abandona a su familia y se une al ejército griego. Una aldeana analfabeta de un rincón perdido del Imperio Persa que no sólo es capaz de construir un relato como el que nos ocupa, sino que se convierte en un elemento decisivo en muchas de las vicisitudes de la expedición, con unos conocimientos del mundo, de la alta política y de la estrategia militar que dejan en mantillas a los propios mercenarios griegos. Más parece una mujer educada del siglo XX o XXI (o del XIX, por el romanticismo que destila la narración). Es totalmente anacrónico e inverosímil.

El estilo ramplón de la narración (aunque no tanto como para que nos creamos que es obra de una aldeana analfabeta del siglo IV a.C.) tampoco ayuda a mantener el interés, y a los pocos capítulos me encontré prestando más atención a la construcción de la novela que a la trama en sí; es lo peor que le puede pasar a una obra literaria. Así descubrí, por ejemplo, que en toda la novela sólo se emplea una vez el punto y coma. Y no creo que sea culpa del traductor (el estilo pobre, digo), pues es el mismo que tradujo La última legión.

Mención aparte merecen los detalles que dejan claro que la intención del autor, más que atraer el interés del lector, es atraer el interés de los productores de Hollywood: la historia de amor romántica y estrictamente heterosexual en plena Grecia clásica; la absurda sustitución de ciertos términos griegos, como "estratega" y "gineceo", por otros supuestamente más accesibles, como "comandante de las grandes unidades" (¡viva la concisión!) y "harén" (otro anacronismo), cuya única justificación, se me ocurre, es la imposibilidad de poner notas a pie de página en el cine; y la contracción de los nombres de los personajes (a Jenofonte le llama Jeno, por ejemplo), aún más absurda y ya rayana en la estupidez.

El lector empleará mejor su tiempo leyendo la obra original de Jenofonte, de la que puede encontrar excelentes traducciones al castellano en el caso de que no domine el griego clásico.

jueves, 17 de marzo de 2011

El curioso incidente del perro a medianoche (Mark Haddon).

Me interesó el libro por el ingenioso título y por el hecho que narra un episodio de la vida de un niño autista, un episodio, que insignificante para cualquiera de nosotros, adquiere en ese contexto las proporciones de gesta.
El autismo es una enfermedad mental (o condición mental, no sé), que puede tener distintos grados, y que en el entorno del autista puede provocar una distorsión vital más o menos variable, pero siempre considerable. Digo esto porque es un lugar común que cuando se hace protagonista de una obra a un minusválido, autista en este caso, se tiende a magnificar esa condición, a presentar al lector o al espectador como envidiable lo que no es sino una pesada carga. Los familiares lo saben bien. Habitualmente, esto se consigue presentando las habilidades extraordinarias que tienen algunos autistas fuera de su contexto, haciendo abstracción de su vida como un todo.
En este libro a veces sucede, sobre todo al principio, cuando se exponen las habilidades matemáticas y memorísticas del chaval. Aunque también es cierto que, de alguna manera, consigue trasladar el enorme problema que supone un niño autista para su padres y entorno familiar (aquí prácticamente inexistente).
La novela no está mal, aunque hay que reconocer que el interés va decreciendo según avanza la historia y se va adentrando el autor en las complejas relaciones personales entre los padres del niño y de éste con ellos. Afortunadamente es una novela corta, lo que hace que el decaimiento final sea más llevadero. Tampoco se explica uno muy bien cómo el autista saca adelante determinadas situaciones que, de no ser esto una novela, no hubiera podido manejar, ni por su condición de autista, ni por la de niño.
No pasa nada por leerla, aunque si no la lees, tampoco tendrás una laguna en tu formación literaria de la que te arrepentirás de por vida.

viernes, 11 de marzo de 2011

Riña de gatos. Madrid 1936 (Eduardo Mendoza).

Hay "best sellers" como Sé lo que estás pensando, que Dios confunda, y "best sellers" que sólo acreditan un hecho: son libros que se han vendido mucho. Riña de gatos pertenece a esta segunda categoría.
Eduardo Mendoza ha construido un libro muy entretenido, con todos los ingredientes necesarios para hacer de él un éxito editorial. Primero y fundamental, ganar el Premio Planeta, con lo que ya se encarga la editorial de una promoción brutal para recuperar los 600.000 euros del premio. Segundo, un argumento que toca la fibra de todos los españoles: las semanas anteriores a la Guerra Civil. Tercero, intriga, amor, humor, aventuras. Y cuarto, y fundamental en estos tiempos, historia ficción (¡y un cuadro!).
Seguro que no es la mejor obra de Mendoza, pero, como decía, garantiza entretenimiento y diversión, al tiempo que ofrece una visión desdramatizada (lo que es más que notable tratándose de esos acontecimientos) de uno de los momentos más trágicos de la historia de España.
Aparecen en la novela personajes históricos por todos conocidos, y a todos, a toro pasado, los caracteriza de manera soberbia. Igualmente, consigue hilar con maestría y sencillez, las razones históricas de lo que habría de suceder después, reduciendo algunas de las más profundas al absurdo valleinclanesco.
Apuntes de la vida de la época en una ciudad que Mendoza no conoce tan bien como Barcelona, pero que sabe tratar con honradez, acertando al dar a la obra un tono castizo y populachero que contribuye a acercar los hechos al lector, y a dar un lustre de cotidianidad a los extraordinarios hechos históricos que relata.
Esta vez Planeta ha acertado. Bien por Mendoza.

martes, 8 de marzo de 2011

El pibe que arruinaba las fotos (Hernán Casciari).

Curiosa y divertida novela narrada en primera persona a modo de autobiografía. Parte Hernán Casciari de su infancia más tierna y llega hasta una época contemporánea a la de la escritura. Suponemos que, como todas las obras de este estilo, tendrá pasajes que sean ciertos, otros inventados y algunos más de “realidad mejorada”. El derroche de anécdotas sobre las que va construyendo la obra revela del autor una capacidad narrativa notable, pues consigue presentar asuntos a primera vista intrascendentes como aventuras existenciales irrepetibles, como quizás los sean todos los que vivimos en la infancia.
El relato se lee bien, lo que cuenta tiene su interés y la manera de contarlo revela una prosa ágil, sencilla y espontánea, con algunos pasajes memorables y, diría yo, inmejorables, como la expresión que pone el autor en su boca infantil “está traicionando un cerdo” para indicar el sacrificio de éste por su abuela en un contexto que no desvelaremos.
El tono y lenguaje argentino de la novela es un añadido que, lejos de dificultar su lectura como tantas veces sucede, contribuye a recrear un ambiente de confidencias entre amigos a la sombra de unas cervezas en la tasca de la esquina.
Una novela muy recomendable cuya lectura proporciona momentos exquisitos, y que deja en el lector un deseo de reencontrarse en el bar con el Gordo Casciari para que le cuente otras vivencias, sucedidas o, casi mejor, inventadas.

domingo, 6 de marzo de 2011

Sé lo que estás pensando (John Verdon).

Si en el comentario sobre El expediente Karnak señalábamos cómo su autor había renunciado a las ventas masivas por su objetivo moralizante, Sé lo que estás pensando no es sino la puesta en práctica de todos los trucos literarios conocidos para que una novela insustancial se venda como churritos calientes. 

Sí, lo reconozco, yo caí en la trampa fraguada por la editorial y por el, por otro lado excelente, programa televisivo Página 2, que le dedicó un tiempo sin duda inmerecido.

El punto de inico de la novela es interesante, pero su desarrollo, la baja calidad literaria de su texto, la factura arquetípica de todos y cada uno de sus personajes y el desenlace final que se vislumbra desde el mismo momento en que aparece en escena quien habrá de ser el villano de la narración (previsible, muy previsible), hacen que la lectura defraude de manera incontestable, porque, al contrario de otras novelas policiacas cuyo único y honorable objetivo es entretener, Sé lo que estás pensando deja un regusto de estafa literaria difícil de eliminar.

Si tenemos en cuenta la profesión de John Verdon (experto en márketing) nos lo explicamos todo. El éxito de ventas de esta novela, completamente prescindible, no es más que el resultado de un ejercicio práctico de mercadotecnia literaria, tanto en lo que respecta a las claves de su escritura como a su extraordinaria promoción.

En conclusión, el tiempo que necesita la lectura de esta novela, mejor dedicarlo a ver CSI, que va de lo mismo y es más entretenido. Con los veintitantos euros que te ahorres, seguro que sabes qué hacer mejor que yo.

El año de la muerte de Ricardo Reis (José Saramago).

Una obra bien conocida de un autor que nunca defrauda. Localizada en la Lisboa de los años de comienzo de la guerra civil española y del auge de los movimientos totalitarios de corte fascista en Europa, José Saramago aprovecha el retorno a la patria de un médico emigrado a Brasil para describir la vida portuguesa bajo la dictadura de Salazar, así como para posicionarse frente a la ideología ultraderechista rampante en ese momento.

Saramago recrea con maestría el ambiente opresivo de una Lisboa lluviosa, inclemente y provinciana, lo que contribuye a dar a la atmósfera global de la novela un tono plomizo de pesadumbre y desesperanza. Las conversaciones del protagonista con su amigo recién fallecido, Fernando Pessoa, dan sustancia a una novela altamente recomendable.

Para leer con calma y reflexión.

sábado, 5 de marzo de 2011

El expediente Karnak (Germán Fernández).

El expediente Karnak es una novela corta que no llega a las 150 páginas. Se puede leer de una sentada, y el argumento y su narración extremadamente ágil así lo recomiendan. Es una sátira de toda la saga de libros herederos del Código Davinci, libros que, sobre pretendidos misterios más o menos inventados, entretejen un argumento tan descabellado como falaz.

Germán Fernández, divulgador científico en diversos medios, entre los que destaca su reputado blog "el neutrino", no puede evitar caer implacablamente sobre ese tipo de literatura, ridiculizando tramas, personajes y, finalmente, al propio lector ingenuo en un desenlace final tan sorprendente como, quizás, precipitado. Renuncia con él el autor a presentar lo que bien pudo haber sido el embrión de un rentable best seller en aras del afán moralizante de la obra, un error crematístico difícilmente entendible en estos tiempos que corren.

Ahorra, eso sí, al lector unos centenares de páginas irrelevantes para el propósito de la novela, detalle del que podrían tomar nota los actuales escritores de éxito inmediato, que más parecen vender sus obras por su peso que por la calidad o el interés de su contenido.

En conclusión, la obra merece sobradamente las escasas horas que requiere su lectura, y deja al lector con la duda de si no hubiera sido mejor que el autor hubiera dedicado algo más de esfuerzo narrativo a su relato en lugar de acabarlo de manera tan abrupta.

El expediente Karnak está editado por Ediciones Rubeo en su Colección Torremocha. El libro es difícil de encontrar pues su distribución ha sido escasa. En cualquier caso, Germán Fernández tiene un blog dedicado a su obra (http://lawebdegermanfernandez.blogspot.com/p/el-expediente-karnak.html), donde anuncia también su próxima novela, que esperamos con el mismo interés con que leímos la primera, y con el que debería haber puesto su editor en divulgarla y rentabilizarla.