domingo, 23 de diciembre de 2012

A cien millas de Manhattan (Guillermo Fesser).


El comentario a La noche del aguacero me ha hecho recordar que hace unos años, antes de que empezara a escribir este blog, leí A cien millas de Manhattan, de Guillermo Fesser, el otro 50% de Gomaespuma.

Al contrario del comentado en el anterior post, no se trata de un libro de ficción. A lo largo de sus 400 páginas, Fesser nos va explicando las tradiciones y los tópicos americanos que estamos acostumbrados a ver en las películas de Hollywood y sobre los que, en algunos casos, pasamos por encima sin preocuparnos por las razones de lo que vemos. Halloween, el vapor que sale de las alcantarillas de Nueva York, la recogida del sirope de arce, acción de gracias..., van desfilando capítulo a capítulo, contando sus orígenes, sus esencias y algunas anécdotas enriquecedoras.

Del mismo modo, aparecen glosados personajes atípicos y singulares, muy alejados del arquetipo que del americano medio nos venden las series y películas americanas, y nos relata el día a día de una familia normal, la suya, en un pueblo alejado de las típicas ciudades que conocemos al dedillo gracias al cine y las series americanas.

Es un libro muy agradable de leer, que no cae en ninguno de los dos esnobismos que suelen acompañar a los relatos de los expatriados: o todo lo de España es mejor o todo lo de España es peor. Consigue ver las cosas con los ojos de un recién llegado, pero de una manera ciertamente objetiva, sin enjuiciar lo de allá por lo que tenemos acá, ni valorar lo de acá por lo que tienen allá.

Un libro muy recomendable, pues aborda temas que es difícil encontrar explicados en otros lugares, y que da ganas de tomarse un año sabático (¡quién pudiera!) para conocer de primera mano todos esos paisajes y paisanajes que con tanto apego rememora Guillermo Fesser.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La noche del aguacero (Juan Luis Cano).


Hay personas a las que uno está dispuesto a perdonar todo por el cariño que les tiene, y aunque cometan el peor desatino, nos buscamos las vueltas para encontrar un motivo de felicitación. No es el caso de Juan Luis Cano con respecto a esta novela, al menos en lo que a los desatinos se refiere.

Confieso que comencé la lectura de La noche del aguacero por los buenos ratos que pasé con su autor escuchando Gomaespuma. Momentos inolvidables, como aquella madrugada que, de vuelta a casa, el taxista y yo nos partíamos de risa al unísono escuchando las tribulaciones de una operadora que enviaba un taxi a la calle Benito Bercimuelle. Y confieso también que no daba un duro por ella.

Y confieso que me equivoqué. Porque tras la lectura de los primeros capítulos de La noche del aguacero se borra de un plumazo la sospecha que siempre acompaña a los libros publicados por famosos.

La novela está escrita con soltura y narra las desventuras de un grupo de personajes que trabaja en un decadente tablao flamenco de Madrid, que sobrevive gracias a los turistas japoneses que lo tienen incluido en su viaje organizado por la capital de España. Gracias a ella nos adentramos en un mundillo que, pese a los tópicos hispanos, no suele asomarse hoy en día a nuestra literatura. Está claro que la ambientación de la obra se debe a la pasión que Juan Luis Cano tiene por el flamenco, algo que siempre me llamó la atención, pues es una afición más que rara entre la gente de nuestra generación, al menos de los capitalinos.

La historia es original, sobre todo, repito, por el contexto en el que se desarrolla; es divertida, amena y creíble. Los personajes están bien trazados y su comportamiento se corresponde con su lugar en la historia. Y ello se agradece, pues nos aleja de muchos tópicos de las novelas contemporáneas, pobladas de personajes pretendidamente arquetípicos y que acaban por mostrar comportamientos insólitos. Aquí todos se comportan como deben y por eso la historia fluye como es debido, lo que no significa que no haya alguna sorpresa por el camino.

Es una historia amable y termina más o menos bien para todos. A ello va dirigido todo el desarrollo de la novela, a pesar de lo cual, todos y cada uno de los personajes tienen una pátina de perdedores imposible de eliminar. Un grupo de supervivientes en un mundo hostil, reflejo esperpéntico y fiel de la sociedad que nos ha tocado vivir.

Veo ahora a Juan Luis Cano en un programa de debate político de La Sexta. Sus comentarios y posicionamientos no hacen sino agrandar su figura en un país y un tiempo necesitado de personajes coherentes.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Historia del silencio (Pedro Zarraluki).


“Este libro trata de cómo no llegó a escribirse otro libro que debería haberse titulado La historia del silencio”. Así comienza esta novela Pedro Zarraluki, y con este punto de partida, y con el silencio como excusa, construye un relato que mereció en 1994 ex aequo el Premio Herralde de Novela.

Es un libro escrito por alguien que sabe su oficio, y que puede con muy pocos mimbres hacer un buen cesto. Zarraluki maneja bien el lenguaje, sabe escribir y demuestra que con una pequeña idea es capaz de construir una historia interesante.

El silencio, como se dice al principio, es el eje sobre el que gira la narración. Se empieza tratando de aprehender el silencio como fenómeno físico, y se termina por desembocar en los silencios, los secretos, lo que no se dice a los otros.

La historia se cuenta en primera persona, y se articula alrededor del protagonista, su mujer y su grupo de amigos. Todo perfectamente hilado, salvo lo referente a las relaciones entre los dos sexos, que parecen sacadas de una comedieta catalana de serie B y que desmerecen mucho del resto de la obra. No era necesario introducir esas situaciones absurdas y fantasiosas, más propias de ese cine para consumo adolescente que de novelas dirigidas a un público más formado y serio.

Este pequeño pero, sin embargo, no invalida la buena consideración que nos merece su autor y el buen poso que nos ha dejado su lectura.

lunes, 22 de octubre de 2012

El talón de hierro (Jack London).


El talón de hierro debería ser lectura obligada en todos los colegios del mundo. Y no sólo por sus méritos literarios, que son muchos como debe corresponder a cualquier obra de Jack London, sino por lo que en ella enseña. Se trata de una distopía, ucronía o novela de anticipación social, en la que el autor da cuenta del control de la economía, la política, la información, el derecho, la justicia y la sociedad entera por la Plutocracia, que instaura un régimen despótico y totalitario (el talón de hierro) que relega a los ciudadanos a la esclavitud y desesperanza más absolutas.

El talón de hierro fue publicada en 1908, pero pudo haber visto la luz por primera vez ayer mismo, tal es su actualidad. Esboza en trazos simples los fallos del capitalismo, la acumulación de la riqueza en muy pocas manos, el control de todas las esferas de poder por los grandes grupos económicos, la expulsión de la economía de los pequeños actores, y la reducción de los trabajadores a un medio más de producción, a una herramienta con la que obtener riqueza para esas castas superiores que eliminan de ellos cualquier distintivo de humanidad. La obra ha sido siempre considerada como una premonición de los fascismos de la Europa de entreguerras. En realidad, y con nuestra perspectiva histórica, podemos afirmar que llega mucho más lejos, pues no es muy distinto lo que en ella se esboza a lo que estamos viviendo en la actualidad. El ritmo de degradación que está sufriendo la carta de derechos humanos, económicos y sociales en las democracias occidentales, nos lleva a pensar que el futuro de despotismo, revoluciones y matanzas que dibuja London en su obra no está tan lejos.

Cierto es que en los países occidentales aún tenemos algunas garantías jurídicas que nos protegen de las arbitrariedades y abusos de las oligarquías económicas, pero no hay más que echar un vistazo a los periódicos (ya en sus manos al 90%) para comprobar que las mismas son duramente combatidas por las castas económicas y políticas que en su nombre actúan, y que cada vez son más los derechos y libertades de los trabajadores y de los ciudadanos en general que se borran de un plumazo en el único beneficio de la plutocracia, una palabra hoy olvidada pero que merece su recuperación visto lo que está ocurriendo en España y en el mundo.

El título original de la obra es The iron heel, y pensamos que la acepción de tacón, más que la de talón, es la debiera haber correspondido a la traducción del título de la obra, pues muestra más descriptivamente la opresión, masacre y aniquilamiento que ejerce la plutocracia sobre los ciudadanos de esa América de pesadilla proféticamente vislumbrada por Jack London a principios del siglo pasado.

De lectura y difusión obligadas antes de que sea demasiado tarde. Yo, por mi parte, dejo este enlace donde descargarla: http://bit.ly/T6waTi (password: talon), y me ofrezco a enviar el archivo bajo petición.

jueves, 23 de agosto de 2012

Antología del otro lado (Fernando Sánchez Fernández).


Antología del otro lado, se dice en la contraportada del libro, es una creación personal de Fernando Sánchez Fernández. Y desde luego que lo es. No es una novela, no son cuentos, no es un ensayo. Se trata más bien de la puesta en papel de las reflexiones del autor a modo de un diario no datado ni cronológico y más o menos íntimo. En él plasma sus personales impresiones sobre determinados lugares de Cuenca, sobre algunas personas que allí ha conocido y sobre ciertas cosas que le han sucedido. Y lo hace con los ojos de un recién llegado, pues esta obra es fruto del traslado de residencia desde su Madrid natal a esa ciudad manchega por mor de las veleidades de los destinos laborales. Apenas he ido a Cuenca tres o cuatro veces y, ciertamente, no sabría identificar prácticamente ninguno de los sitios que menciona, por lo que desconozco también si su relevancia se basa en términos artísticos o monumentales o, por el contrario, en las vivencias personales del autor en tales lugares.

Por algunos de ellos Fernando Sánchez corre, pues el autor (tan atleta como atlético) es gran aficionado a las carreras populares, e, intuyo, que muchas de sus cavilaciones nacen en esas largas horas dedicadas al trote por el empedrado, adoquinado o asfaltado suelo conquense. Doble mérito tiene la cosa, pues consigue repartir la sangre oxigenada entre los músculos y el cerebro con igual eficiencia. Cómo si no justificar hallazgos narrativos como el que emplea para describir la calle de San Francisco (y aquí encontramos al Fernando más genuino): “es un hervidero humano cuando hay gente. Cuando no hay nadie, está vacía”, hallazgos sólo comparables con la fina observación de Les Luthiers: “de cada diez personas que ven la televisión, cinco son el cincuenta por ciento”.

Ésta que comentamos es su primera obra publicada, aunque Fernando Sánchez no es, ni mucho menos, un autor novel. Es más, no nos equivocaríamos al decir que fue, incluso, un autor precoz, tanto que con apenas la edad a la que a un niño se le permite coger un bolígrafo, escribió un excelente, y no sabemos por qué no recuperado para su publicación, poemario infantil ilustrado, en uno de los cuales, recuerdo, narraba las aventuras playeras de un gato y un ratón  (“… corre, corre que te pillo; el ratón con la pala y el gato con el rastrillo”).

De Antología del otro lado habrán disfrutado más quienes hayan conocido previamente su contenido por haber sido protagonistas de él o por haberlo escuchado con mayores adornos de viva voz del autor. Se nos antoja que así habrá tenido que ser, pues, para quien no lo conozca, Fernando Sánchez viene de una saga de relatores orales sin parangón, o con un parangón que yo no conozco, cuya figura cumbre fue su propio padre, mencionado alguna vez en la obra, excelso creador de universos paralelos cotidianos por los que aún discurren, pues continuamos evocándolos, personajes y situaciones del todo irrepetibles.

Por eso acogemos esta obra con ilusión. Porque esperamos que sea el detonante de la publicación de las muchas historias que seguro que le rondan al autor por la cabeza para que no se acaben así perdiendo con el último de sus afortunados oyentes.

viernes, 17 de agosto de 2012

España, perdiste (Hernán Casciari).


Aparece este autor por segunda vez en este blog, gracias sin duda al buen poso que dejó en quien esto escribe su novela El pibe que arruinaba las fotos.

Anteriormente a ella, escribió este España, perdiste.

Afortunadamente en mis lecturas no sigo orden alguno, pues de haber utilizado el correspondiente a la fecha de publicación de ambas obras, seguramente me habría perdido las correrías de aquel poco fotogénico pibe, pues no invita precisamente ésta que ahora comentamos a profundizar en la literatura de Casciari.

España, perdiste es una especie de ensayo en el que se suceden todos los manidos tópicos sobre los argentinos en España. Yo, que he conocido a varios y de distintos pelajes, puedo asegurar que son todos tan falsos como el concepto folclórico que de los españoles se pueda tener en el extranjero y olé. No voy aquí a relatarlos y contradecirlos pues el tema es ya viejo y cansino, tanto hoy como en 2007 cuando esta obra vio la luz (¡y parece más vieja!). Quizás, y lo pienso ahora, sea una lectura dirigida únicamente al público argentino, para regodearle en esa pretendida esencia pampera o porteña, qué sé yo, que seguro que a algunos les llena (les copa, dirían Les Luthiers) de orgushshsho patrio (y es que también en Argentina hay gente pa tó).

Únicamente se salvan en esta obrita los recuerdos siempre melancólicos a su Argentina natal. En estas evocaciones Casciari es un maestro y consigue que el lector, aunque nunca haya pisado suelo argentino, empatice con su nostalgia, con ese país sudamericano y hasta con sus habitantes y costumbres.

En resumen, lectura prescindible (aunque afortunadamente corta). Lo malo es que tras ella nos queda la duda de qué hacer si otra novela de Casciari cae en nuestras manos, ¿arriesgarnos a perder el tiempo con ella? Seguramente, y en honor al Gordo Casciari, le daríamos una última oportunidad.

(Por cierto, ¿es correcta la coma entre España y perdiste?).

viernes, 20 de julio de 2012

El invierno de Frankie Machine (Don Winslow).

Vaya por delante una confesión: Nunca he logrado entender, ni mucho menos compartir, la fascinación que la mayor parte de mis congéneres sienten por el sórdido mundo de la mafia. Quizá sea ésta una de las razones por las que la lectura de una novela de mafiosos como El invierno de Frankie Machine me ha dejado frío. Pero yo creo sinceramente no es la única.

La novela comienza con la presentación del protagonista. Nada que objetar, salvo que se toma para esto sesenta interminables páginas en las que no pasa absolutamente nada. Aunque ya sabemos por la contraportada del libro que se trata de un asesino mafioso retirado, nada se dice de esto en esas primeras páginas, y el autor nos presenta al tipo como un hombre educado, culto, trabajador, preocupado por los demás... en resumen, todo lo necesario para que nos caiga simpático. Y, siguiendo al pie de la letra el manual del perfecto best-seller, aprovecha para sembrar unos cuantos detalles que utilizará al final para hacer evidente lo que ya de por sí resulta obvio.

Por fin, hacia la página sesenta, algo ocurre. Pero el autor interrumpe enseguida la acción con el primero de una larga serie de flashbacks en los que nos va desvelando, en un arbitrario (pero calculado) desorden, la vida pasada del protagonista. En estos episodios iremos conociendo a toda la panoplia de los estereotipos mafiosos, con el único objetivo de multiplicar los sospechosos.

Hablando de estereotipos, el protagonista se lleva la palma: Es un asesino infalible, invulnerable, prácticamente omnisciente, y que encima no ha perdido ni un ápice de sus habilidades después de años de retiro. Mientras que sus oponentes son todos unos niñatos torpes y, por supuesto, cuando van a por él, le atacan de uno en uno para que pueda defenderse.

Muchos de los episodios rememorados por el protagonista son completamente irrelevantes para el desarrollo de la trama, y me temo están ahí sólo por dos razones: para confundir al lector y para aumentar el número de páginas. Porque estamos ante un nuevo caso de la actual pandemia de bulimia literaria que tanto daño está haciendo a la literatura (y a nuestros anaqueles). ¡Una novela negra de más de cuatrocientas páginas! Por si esto fuera poco, el autor da por supuesto que el lector está familiarizado con el anecdotario de la historia de la mafia estadounidense; yo no lo estoy, y confieso que me he perdido en varias ocasiones entre alusiones a personajillos reales y citas de El padrino (que tampoco he leído, ni visto... ¡me da una pereza!). Y la traducción tampoco ayuda.

Entre flashback y flashback, con los que el autor consigue romper -supongo que involuntariamente- cualquier atisbo de ritmo en la narración, el protagonista va dando palos de ciego a lo largo de toda la novela, cargándose mafiosos a diestro y siniestro, (¡sólo mafiosos, por favor, que el hombre tiene su corazoncito!) hasta que el autor se decide a mostrarnos las cartas que se había guardado en la manga. Y nos obsequia con un final blando y completamente predecible, no sin antes largarnos el consabido tópico mafioso de "otros roban más que nosotros", enriquecido en este caso con un alucinante "los políticos han corrompido a los mafiosos".

En resumen, que me ha parecido una novela tramposa y soberanamente aburrida.

lunes, 2 de abril de 2012

Un incendio invisible (Sara Mesa).


Un incendio invisible narra la llegada a Vado, una ciudad en los últimos días, meses o años de su imparable decadencia, del doctor Tejada, quien, huyendo de un pasado que se esconde al lector hasta las últimas páginas, ha venido a hacerse cargo de la dirección de una residencia de ancianos.

La personalidad del médico no es muy edificante. Se trata de un hombre con poco amor al trabajo que pone en riesgo el funcionamiento, ya muy deteriorado, del asilo que tiene que gestionar. Por si esto fuera poco, en determinado momento, se nos revela (o insinúa) también como pederasta. Su transitar por la novela es el reflejo de una continua dejación de las obligaciones que le corresponden y una puesta en evidencia de su incompetencia, indolencia y banalidad, espejo fiel de todo aquello en lo que se ha convertido una ciudad que no es sino ruina de un pasado deslumbrante. Su caracterización tiene un punto memorable cuando declara: "No me gusta comentar. No he comentado nunca nada con nadie, ni siquiera cuando era chico, ni siquiera a mi padre. Me vine aquí para no comentar nada, para no tener que comentar nada, para que nadie me pida que comente nada ni espere mis comentarios a nada. ¿Comentar para qué? ¿Para estar de acuerdo en todo? No me interesa, jefe, con todos mis respetos".

La novela está bien construida, es entretenida y no se prolonga artificialmente de manera innecesaria, como es habitual en cierta literatura contemporánea. No obstante, encontramos algo reiterativa la continua apelación al calor que castiga la ciudad, y hubiéramos deseado una mayor indagación en las causas y el proceso de su abandono, aunque quizás eso hubiera dado lugar a una novela diferente, más centrada en el secundario investigador Benmoussa que en el médico abúlico que la protagoniza (reconozco que esa idea fue lo que me llevó a comenzar esta lectura y que, durante las primeras páginas, me decepcionó no encontrar respuesta a mi curiosidad).

La obra fue agraciada el pasado año con el premio Málaga de Novela, dato que no dice más que seguramente fue la mejor novela de las presentadas, lo que, por otro lado, tampoco estará nada mal.

viernes, 2 de marzo de 2012

La fórmula preferida del profesor (Yoko Ogawa).

Este libro llega precedido de un gran éxito en Japón, con más de dos millones de elemplares vendidos, lo que no está mal incluso para un país de 120 millones de habitantes. Está publicada por la Editorial Funambulista en el mismo formato y estilo que otra de las obras comentadas aquí, Adiós, camaradas, que nos gustó mucho y, para qué negarlo, fue la principal razón por la que iniciamos la lectura de ésta que ahora comentamos.
Cuenta la historia la relación de una asistenta y su hijo con un genio de las matemáticas cuya memoria, por culpa de un accidente, sólo dura 80 minutos.
La novela está escrita de manera sencilla, lo que es de agradecer, se lee fácilmente y, a decir verdad, con el agrado de las historias que acaban como corresponde, aun cuando sea en una desdicha. Lo importante es el relato y no lo que se cuenta o su conclusión.
Pero la verdad, es que uno está ya un poco escamado con este tipo de historias sobre personajes raros. Creo que ya lo he dicho en otra ocasión: me parece que la articulación de la narración en torno a ellos hace que este tipo de novelas sean intrínsecamente tramposas (afirmación con la que no pretendo prejuzgar la calidad literaria).
El señor de los anillos, Los pitufos, Bob Esponja Pantalonescuadrados…, son universos fantasiosos en los que no se engaña al lector: el autor pone las reglas y las desarrolla o las cambia a su antojo. Pero este tipo de obras, en las que se mete con calzador en nuestro mundo un submundo a la medida del autor, en el que cuando conviene se apela a la racionalidad ordinaria, y cuando no, se escuda uno en la extraordinaria rareza de los personajes que en ella concurren, no acaban de convencerme (siempre se realza lo extraordinario del personaje, pero pocas veces se incide en la dificultad de su día a día, o del día a día de quienes le rodean -véase también lo dicho en la crítica de El curioso incidente del perro a medianoche). Y digo esto aun cuando en el postfacio con el que se cierra la novela, obra de un matemático español y quizás las páginas más pomposamente escritas de la literatura contemporánea, se haga referencia a genios científicos, que sé que los ha habido, con taras (en el buen sentido de la palabra) como la que padece el protagonista.
Por otro lado, la utilización por la autora de lo que podríamos denominar "malabares matemáticos" como una de las coartadas de las distintas situaciones que plantea en la narración, es sin duda efectista para el, como yo, profano en esta ciencia, pero, suponemos, quizás más que superficial para el docto en ella.
Además, y a lo mejor me equivoco, creo que la traducción al castellano de obras escritas en un idioma tan distinto como el japonés, tiene, por fuerza, que dejar mucho en el camino. Aquí creo que estoy leyendo al traductor más que al escritor original, y si malas experiencias se sufren con idiomas más cercanos como el francés, o incluso en inglés, no digamos ya lo que puede suceder con estos otros. Porque si bien tiene pasajes hermosos, no me parece que podamos calificar la obra como pretende la editorial, como un "larguísimo haikú", si es que la traducción es fiel al original nipón (salvo que esa afirmación no sea más que un deleznable truco publicitario).
En cualquier caso, lo reconozco, leerla puede ser una experiencia entretenida, aunque a mí me llama la atención la facilidad con la que la asistenta, con todos mis respetos, comprende tan fácilmente las disertaciones matemáticas del profesor, y lo bien que el niño acepta también esa extraña relación. Pero bueno, todo puede ser.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Baricentro (César Fernández).


“Las ingles y la cabeza; relación si la hubiera”. Ésta era una de las cuestiones que sobre el tema general de las ingles ponía de examen a sus alumnos el maestro de escuela de la película de José Luis Cuerda Amanece, que no es poco. Pues bien, parafraseando al genial profesor, César Fernández ha acometido en Baricentro semejante ejercicio: “geometría y virginidad; relación si la hubiere”. Titánico esfuerzo que presupone en el autor el conocimiento por igual de materias tan aparentemente distantes como la geometría y la virginidad, y, tras ello, la capacidad de encontrar entre ambas un área común a modo de lo que sucede con los conjuntos secantes.
Respecto de la geometría, el autor es ingeniero de caminos de profesión, por lo que consideramos académicamente acreditado el conocimiento de esta disciplina matemática. En cuanto a la virginidad, no forma parte de momento del currículo de nuestras Universidades esta área del conocimiento, por lo que debemos limitarnos a suponer que, si ha sido capaz de escribir algo más de cien páginas al respecto, alguna experiencia debe tener, aun cuando la virginidad que aquí se glosa sea la femenina, la única que en puridad merece tal nombre.
La novela está estructurada en torno a las reflexiones de cuatro personajes: un geómetra y tres de sus alumnas, vírgenes todas ellas. Él, un jeta, para entendernos desde ya, trata de justificar con argumentos geométricos (dada nuestra escasa formación en el tema no sabemos hasta qué punto cogidos por los pelos) su devoción por las vírgenes en general, y por esas tres en particular a las que pretende llevarse al catre (no desvelaremos si lo consigue o no) y construir con ellas su particular paraboloide hiperbólico (figura que no es sino una silla de montar –qué bien traído- y que no he llegado a comprender cómo, pero que parece que se hace partiendo de cuatro puntos –los cuatro protagonistas- situados en distintos planos). Con ello, dice, podrá disfrutar de las tres muchachas de manera plena, “de ese número tres que para los pitagóricos era el número perfecto por tener principio, medio y fin”. Porque el amor, sigue justificándose el profesor, es trino, como los es Dios, que, a su vez, es amor.
En fin, dejando atrás la erudición no sólo matemática que envuelve la obra, reconocemos en el geómetra a un devoto del cortejo que no duda en desviar el virtuoso río de la geometría para hacerlo desembocar en un mar por fuerza menos casto. Y, pese a que poca simpatía despierta en el lector, sí que éste es capaz de empatizar con él, pues estrategias, si no tan doctas sí igualmente peregrinas, seguro que ha utilizado para tratar de embaucar a alguna señorita con idéntico propósito, habiendo dependido su éxito o su fracaso, no ya –reconozcámoslo- de la eficacia de su discurso, sino de cuestiones tan poco geométricas como la hora de la madrugada, la ligereza de cascos de la destinataria de sus requiebros y, sobre todo, de una científicamente acreditada menor capacidad de asimilación del alcohol por parte del sexo débil.
La novela, tal vez ensayo novelado, a pesar de sus continuas referencias científicas, se lee bien, y llega a captar el interés del lector por ver el resultado de las astucias del profesor y por tratar de desentrañar las cavilaciones, a veces delirantes, de las tres vírgenes. Tanto es así, que se echa de menos algún que otro capítulo que termine de acrisolar los dislates de uno y los desvaríos de las otras tres.
La enunciación de las preguntas del examen por el maestro de Amanece, que no es poco con la que comenzábamos esta crítica, era inmediatamente contestada por uno de los invasores del pueblo presentes en el aula con un bofetón. No es merecedor de esta dudosa recompensa César Fernández, pese a haberla recibido de una industria editorial que no ha sabido apreciar en Baricentro la lírica que contiene ni encontrar un hueco para él entre los más de 100.000 libros que se editaron en España el pasado año, lo que le ha obligado a una autoedición forzada. Aunque, tal vez, y habida cuenta de muchas de las obras que se cuelan entre ellos, pueda hacerse un acertado paralelismo entre los patanes que invaden el pueblo del maestro y los encargados de decidir qué escritos acaban en la imprenta y cuáles son rechazados.

Αποστολή εξετελέσθη.

viernes, 27 de enero de 2012

Cuentos completos (Robert Louis Stevenson).

Algunos de los mejores relatos de la historia de la literatura están contenidos en este libro, y creo que con ello no queda mucho más que decir.
El diablo de la botella, El ladrón de cadáveres, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, no pueden faltar en una recopilación de la historia de la literatura breve. Pero éstas, sin duda insuperables e insustituibles, son sólo las más conocidas, porque la manera magistral de escribir de Stevenson, a quien no he leído en inglés aunque me propongo intentarlo en breve, hace que la lectura de los demás relatos sea una auténtica delicia, como los ambientados en los Mares del Sur, sobresalientes en estilo y contenido.
Además de todos ellos, y por estar en el mismo nivel máximo de excelencia, recomiendo muy especialmente el que cierra el libro, Las desventuras de John Nicholson, que transcurre en Edimburgo, ciudad natal del autor, y que es buen ejemplo de lo acertado de la frase de Chesterton reproducida en la contraportada de esta edición: “siempre escogía la palabra correcta, como los buenos jugadores”. Como se dice de algunos partidos de fútbol, es una lectura de las que crean afición (por la buena literatura, claro).
Por último, unas palabras para elogiar al traductor (Miguel Temprano García), pues ha mejorado con mucho lo que se había “perpetrado” en ediciones previas de estos cuentos. Así, lo que fue “Janet, la torcida”, ha sido correctamente traducido por Janet la contrahecha, o la delirante traducción “Los hombres del mundo alegre” por Los juerguistas. Creo que con ello podemos asegurar que el contenido de los relatos también será más de fiar que en anteriores ediciones.