miércoles, 22 de junio de 2011

La soledad de los números primos (Paolo Giordano).

El azar ha ordenado algunos números primos -que se dividen sólo por 1 y por sí mismos- en parejas que se aproximan sin llegar a tocarse: 11 y 13, 17 y 19, 29 y 31, 41 y 43... Ésta es la esencia de la novela del debutante Paolo Giordano. Narra la vida de dos personas desde su infancia hasta determinado momento de su madurez en que se les hace ya evidente su condición de números primos que se aproximan pero no pueden tocarse.

Es la soledad el hilo conductor del libro, y su prosa descarnada puede inducirnos a pensar que también habla de nosotros mismos. Pero no podemos ser tan egocéntricos. Si bien es cierto que todos llevamos a cuestas nuestras pequeñas soledades, la que aquí refleja es la derivada de la especial condición personal de los dos protagonistas, una anoréxica y un cuasi autista, y por ello imposible de trasladar al común de los mortales (aunque algunos gusten de verse reflejados en situaciones extremas). Tanto es así, que en muchos de los pasajes que marcan pequeños hitos en la narración, y que permiten vislumbrar para los personajes una esperanza de redención, anhelamos que Mattia y Alice tomen el camino correcto y dejen de lado sus incontenibles afanes autodestructivos.

Pero no es así. Marcados desde la infancia por no pequeñas tragedias personales, ahondadas y multiplicadas por crueles episodios de su infancia y adolescencia, ambos caminan, con pocos rodeos, hacia la soledad con mayúsculas. Y en este punto puede verse una más que correcta evolución de la obra, pues si en algún momento el lector puede pensar que el autor va a regodearse con los pequeños/grandes dramas de la infancia, reveladores de la incapacidad de los niños en manejar sus pequeños universos y de la imposibilidad de los mayores en comprenderlos, enseguida retoma el hilo conductor para continuar la trayectoria vital de los dos protagonistas.

Podría pensarse en que la caracterización límite de Mattia y Alice facilita el desarrollo de la obra, claro que sí. Pero creo que no ocultar su personal psicología da verosimilitud al relato, lo contrario que suele suceder cuando quieren presentarse al lector reacciones incomprensibles de personajes pretendidamente “normales”.

Hablábamos en el artículo anterior de otro debut literario, la sobrevalorada El tiempo entre costuras. Las diferencias entre ambas obras son evidentes. Frente a María Dueñas, Paolo Giordano ha tomado el camino de la literatura. Y ello, claro está, refleja y requiere de un mayor talento.

Recomendamos, pues, la lectura de esta obra, en la seguridad de que no dejará al lector indiferente. Vale la pena.

martes, 7 de junio de 2011

El tiempo entre costuras (María Dueñas).

Quiero empezar esta crítica con una enhorabuena muy sentida hacia la autora. Que una primera novela, sin un gran apoyo editorial de inicio, se haya convertido en el éxito del año gracias al boca a boca, lo merece. Para ser sinceros, me produce incluso una “sana” envidia: ya me hubiera gustado a mí escribirla. Especialmente por el dinero que ha reportado.

Porque, no nos engañemos, la novela, tan alabada por el mismísimo Sánchez Dragó, literariamente vale bastante poco. Quizás no sea políticamente correcto, pero desde el principio se nota que está escrita por una mujer. Y entiéndaseme bien: cuando digo escrita por una mujer, quiero decir escrita por y para mujeres, pues hay escritoras excelentes que no dan pistas sobre su sexo al escribir. En fin, que, para ser más directos, hay un número excesivo de episodios con un incuestionable aroma a Bárbara Cartland o a nuestra Corín Tellado; con un decepcionante tufillo a telenovela.
 
El argumento puede ser correcto, una modista que, por mor de su estancia en el África española durante la Guerra Civil, se ve “obligada” a convertirse en espía. Sin embargo, su desarrollo es decepcionante. Los personajes son completamente planos: los buenos son buenos y los malos, malos, lo que para una novela de espías es algo poco creíble. Le faltan a María Dueñas unas cuantas lecturas de Le Carré, conocedor de un mundo del que nuestra autora demuestra ignorar casi todo. Por otro lado, las situaciones en las que se ve envuelta la protagonista siempre acaban bien, nunca pierde “plumas” por el camino, salvo, claro está, en los desafortunados amoríos que marcan esa desdicha interior que se empeña en arrojarnos a la cara cada vez que tiene ocasión.
 
Hay, además, algún episodio imposible: la reunión entre alemanes y portugueses de la que la modista es testigo a una cierta distancia, y que, sin embargo, es capaz de transcribir. ¿En qué idioma pueden hablar portugueses y alemanes? Evidentemente no en español, y a la protagonista no se le conoce el dominio de otra lengua. Y cualquiera que haya oído hablar a unos portugueses entre sí, especialmente cuando son labriegos y uno se encuentra en otra mesa atendiendo, además, a otra compañía, se da cuenta de que castellano y portugués no son fonéticamente tan semejantes como nos gustaría.
 
En cualquier caso, el momento más preocupante de la obra llega hacia el final, cuando, recobrada la capacidad de amar de la protagonista, por momentos parece que El tiempo entre costuras va a ser el punto de partida de una serie de novelas de espionaje protagonizadas por la modista y su flamante marido, espía también. Afortunadamente para todos, la propia autora desbarata esa posibilidad con las notas finales sobre los personajes (o al menos eso espero).
 
¿Entretiene la novela? Como cualquier novela de aventuras. ¿Es creíble? Pese a la aparición de diversos personajes históricos, no me lo parece. ¿Justifica el relato sus casi 600 páginas? Rotundamente no. ¿La recomendaría? Pues se me ocurren docenas de libros a los que dedicar el tiempo antes que a éste, empezando por el excelente Balzac y la joven costurera china, título que me viene a la memoria cada vez que pienso en este libro. Y, claro, las comparaciones son odiosas.