viernes, 2 de marzo de 2012

La fórmula preferida del profesor (Yoko Ogawa).

Este libro llega precedido de un gran éxito en Japón, con más de dos millones de elemplares vendidos, lo que no está mal incluso para un país de 120 millones de habitantes. Está publicada por la Editorial Funambulista en el mismo formato y estilo que otra de las obras comentadas aquí, Adiós, camaradas, que nos gustó mucho y, para qué negarlo, fue la principal razón por la que iniciamos la lectura de ésta que ahora comentamos.
Cuenta la historia la relación de una asistenta y su hijo con un genio de las matemáticas cuya memoria, por culpa de un accidente, sólo dura 80 minutos.
La novela está escrita de manera sencilla, lo que es de agradecer, se lee fácilmente y, a decir verdad, con el agrado de las historias que acaban como corresponde, aun cuando sea en una desdicha. Lo importante es el relato y no lo que se cuenta o su conclusión.
Pero la verdad, es que uno está ya un poco escamado con este tipo de historias sobre personajes raros. Creo que ya lo he dicho en otra ocasión: me parece que la articulación de la narración en torno a ellos hace que este tipo de novelas sean intrínsecamente tramposas (afirmación con la que no pretendo prejuzgar la calidad literaria).
El señor de los anillos, Los pitufos, Bob Esponja Pantalonescuadrados…, son universos fantasiosos en los que no se engaña al lector: el autor pone las reglas y las desarrolla o las cambia a su antojo. Pero este tipo de obras, en las que se mete con calzador en nuestro mundo un submundo a la medida del autor, en el que cuando conviene se apela a la racionalidad ordinaria, y cuando no, se escuda uno en la extraordinaria rareza de los personajes que en ella concurren, no acaban de convencerme (siempre se realza lo extraordinario del personaje, pero pocas veces se incide en la dificultad de su día a día, o del día a día de quienes le rodean -véase también lo dicho en la crítica de El curioso incidente del perro a medianoche). Y digo esto aun cuando en el postfacio con el que se cierra la novela, obra de un matemático español y quizás las páginas más pomposamente escritas de la literatura contemporánea, se haga referencia a genios científicos, que sé que los ha habido, con taras (en el buen sentido de la palabra) como la que padece el protagonista.
Por otro lado, la utilización por la autora de lo que podríamos denominar "malabares matemáticos" como una de las coartadas de las distintas situaciones que plantea en la narración, es sin duda efectista para el, como yo, profano en esta ciencia, pero, suponemos, quizás más que superficial para el docto en ella.
Además, y a lo mejor me equivoco, creo que la traducción al castellano de obras escritas en un idioma tan distinto como el japonés, tiene, por fuerza, que dejar mucho en el camino. Aquí creo que estoy leyendo al traductor más que al escritor original, y si malas experiencias se sufren con idiomas más cercanos como el francés, o incluso en inglés, no digamos ya lo que puede suceder con estos otros. Porque si bien tiene pasajes hermosos, no me parece que podamos calificar la obra como pretende la editorial, como un "larguísimo haikú", si es que la traducción es fiel al original nipón (salvo que esa afirmación no sea más que un deleznable truco publicitario).
En cualquier caso, lo reconozco, leerla puede ser una experiencia entretenida, aunque a mí me llama la atención la facilidad con la que la asistenta, con todos mis respetos, comprende tan fácilmente las disertaciones matemáticas del profesor, y lo bien que el niño acepta también esa extraña relación. Pero bueno, todo puede ser.