viernes, 8 de abril de 2011

El cementerio de Praga (Umberto Eco).

De “sinfonía maligna” calificó el Vaticano la última obra de Umberto Eco, El cementerio de Praga, haciéndole una publicidad tan gratuita como impagable. Porque ¿quién se va a resistir a leer una novela así recomendada por Su Santidad? Efectivamente, en ella Eco ataca algunos de los comportamientos más indecentes de la Iglesia, cuya jerarquía está de costumbre más preocupada por lo terrenal que por lo espiritual (o, como aquí, conquista a navajazos en la tierra su lugar en el cielo).
He visto también descalificaciones desde la otra orilla de la religión, la judía, tachándole de apologeta del antisemitismo. Yo creo que éstos, o bien no la han leído, o, si lo han hecho, no han entendido nada, pues El cementerio de Praga no es sino un furibundo ataque contra toda la tradición europea de antisemitismo, así como contra la manipulación a la que se somete al pueblo creándole falsos enemigos para obtener una sumisión inexplicable desde otros parámetros.
El punto culminante de la obra está, precisamente, en esta conversación que mantiene el infame protagonista con un espía ruso, que se pone en contacto con él, reputado falsificador, para encargarle algún documento que permita criminalizar a los judíos:
—¿Por qué tenéis como objetivo en especial a los judíos?

—Porque en Rusia hay judíos. Si estuviera en Turquía mi objetivo serían los armenios.

—Así pues, queréis la destrucción de los judíos, como, quizá lo conozcáis, Osmán Bey.

—Osmán Bey es un fanático y, además, es judío también él. Mejor mantenerse alejados. Yo no quiero destruir a los judíos, osaría decir que los judíos son mis mejores aliados. A mí me interesa la estabilidad moral del pueblo ruso y no deseo (y no lo desean las personas que pretendo complacer) que este pueblo dirija sus insatisfacciones hacia el zar. Así pues, necesita un enemigo. Es inútil ir a buscarle un enemigo, qué sé yo, entre los mongoles o los tártaros, como hicieron los autócratas de antaño. El enemigo para ser reconocible y temible debe estar en casa, o en el umbral de casa. De ahí los judíos. La divina providencia nos los ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío que temer y odiar. Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza. La identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida, de esta esperanza imposible nacen el adulterio, el matricidio, la traición del amigo… En cambio, se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio. El odio calienta el corazón.


El cementerio de Praga, pese a estar ambientado en siglo XIX, es rabiosamente actual, pues de todo lo que en ella se habla puede encontrarse fiel reflejo en nuestros días. Sustitúyase al judío por el (y aquí ponga a su fobia habitual) y ya lo tenemos. Cámbiese la creación de documentos inculpatorios por la tertulia radiofónica o por la manipulación informativa, y llegaremos al mismo sitio. Sustitúyase el linchamiento físico del diferente por la difamación del adversario, e identificaremos ambas épocas.
Como lector me apena no tener una mejor formación sobre la época en la que se desarrollan los acontecimientos para poder apreciar todos los matices de la obra ya que, aunque algunos de los episodios históricos que relata me son conocidos (el caso Dreyfus), de otros no tenía apenas noticia previa.
Recomiendo la lectura de la novela, adornada con unos grabados también interesantes, sobre todo por el mensaje que propaga que, no por conocido, deberíamos dejar de tener presente. Sírvanos lo aprendido en ella para no dejarnos arrastrar por los pogromos que cada día se nos sirven para desayunar por muchos de los medios de (des)información que tenemos la desdicha de padecer.
En el debe de la obra está la conformación del relato como novela histórica, género que ya me parece tan sobre explotado como cargante. La novela histórica se está convirtiendo en una trampa (en el buen sentido de la palabra) para el lector, porque, si bien son a menudo sorprendentes las intrahistorias reales que explican cada acontecimiento histórico, permitirse inventarlas convierte al escritor de ficción en un claro ventajista.

1 comentario:

  1. Terminé el libro hace un par de días y estoy de acuerdo en que aunque esté ambientado en el XIX es perfectamente aplicable al momento actual, lo cual me llena de inquietud.
    Saludos y buen blog.

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