Hay personas a las que uno está
dispuesto a perdonar todo por el cariño que les tiene, y aunque cometan el
peor desatino, nos buscamos las vueltas para encontrar un motivo de
felicitación. No es el caso de Juan Luis Cano con respecto a esta novela, al
menos en lo que a los desatinos se refiere.
Confieso que comencé la lectura
de La noche del aguacero por los
buenos ratos que pasé con su autor escuchando Gomaespuma. Momentos inolvidables, como aquella madrugada que, de
vuelta a casa, el taxista y yo nos partíamos de risa al unísono escuchando las
tribulaciones de una operadora que enviaba un taxi a la calle Benito
Bercimuelle. Y confieso también que no daba un duro por ella.
Y confieso que me equivoqué. Porque
tras la lectura de los primeros capítulos de La noche del aguacero se borra de un plumazo la sospecha que
siempre acompaña a los libros publicados por famosos.
La novela está escrita con
soltura y narra las desventuras de un grupo de personajes que trabaja en un decadente
tablao flamenco de Madrid, que sobrevive gracias a los turistas japoneses que
lo tienen incluido en su viaje organizado por la capital de España. Gracias a
ella nos adentramos en un mundillo que, pese a los tópicos hispanos, no suele
asomarse hoy en día a nuestra literatura. Está claro que la ambientación de la
obra se debe a la pasión que Juan Luis Cano tiene por el flamenco, algo que
siempre me llamó la atención, pues es una afición más que rara entre la gente
de nuestra generación, al menos de los capitalinos.
La historia es original, sobre
todo, repito, por el contexto en el que se desarrolla; es divertida, amena y creíble.
Los personajes están bien trazados y su comportamiento se corresponde con su
lugar en la historia. Y ello se agradece, pues nos aleja de muchos tópicos de
las novelas contemporáneas, pobladas de personajes pretendidamente arquetípicos
y que acaban por mostrar comportamientos insólitos. Aquí todos se comportan
como deben y por eso la historia fluye como es debido, lo que no significa que
no haya alguna sorpresa por el camino.
Es una historia amable y termina
más o menos bien para todos. A ello va dirigido todo el desarrollo de la
novela, a pesar de lo cual, todos y cada uno de los personajes tienen una
pátina de perdedores imposible de eliminar. Un grupo de supervivientes en un
mundo hostil, reflejo esperpéntico y fiel de la sociedad que nos ha tocado
vivir.
Veo ahora a Juan Luis Cano en un
programa de debate político de La Sexta. Sus comentarios y posicionamientos no
hacen sino agrandar su figura en un país y un tiempo necesitado de personajes
coherentes.
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