viernes, 21 de diciembre de 2012

La noche del aguacero (Juan Luis Cano).


Hay personas a las que uno está dispuesto a perdonar todo por el cariño que les tiene, y aunque cometan el peor desatino, nos buscamos las vueltas para encontrar un motivo de felicitación. No es el caso de Juan Luis Cano con respecto a esta novela, al menos en lo que a los desatinos se refiere.

Confieso que comencé la lectura de La noche del aguacero por los buenos ratos que pasé con su autor escuchando Gomaespuma. Momentos inolvidables, como aquella madrugada que, de vuelta a casa, el taxista y yo nos partíamos de risa al unísono escuchando las tribulaciones de una operadora que enviaba un taxi a la calle Benito Bercimuelle. Y confieso también que no daba un duro por ella.

Y confieso que me equivoqué. Porque tras la lectura de los primeros capítulos de La noche del aguacero se borra de un plumazo la sospecha que siempre acompaña a los libros publicados por famosos.

La novela está escrita con soltura y narra las desventuras de un grupo de personajes que trabaja en un decadente tablao flamenco de Madrid, que sobrevive gracias a los turistas japoneses que lo tienen incluido en su viaje organizado por la capital de España. Gracias a ella nos adentramos en un mundillo que, pese a los tópicos hispanos, no suele asomarse hoy en día a nuestra literatura. Está claro que la ambientación de la obra se debe a la pasión que Juan Luis Cano tiene por el flamenco, algo que siempre me llamó la atención, pues es una afición más que rara entre la gente de nuestra generación, al menos de los capitalinos.

La historia es original, sobre todo, repito, por el contexto en el que se desarrolla; es divertida, amena y creíble. Los personajes están bien trazados y su comportamiento se corresponde con su lugar en la historia. Y ello se agradece, pues nos aleja de muchos tópicos de las novelas contemporáneas, pobladas de personajes pretendidamente arquetípicos y que acaban por mostrar comportamientos insólitos. Aquí todos se comportan como deben y por eso la historia fluye como es debido, lo que no significa que no haya alguna sorpresa por el camino.

Es una historia amable y termina más o menos bien para todos. A ello va dirigido todo el desarrollo de la novela, a pesar de lo cual, todos y cada uno de los personajes tienen una pátina de perdedores imposible de eliminar. Un grupo de supervivientes en un mundo hostil, reflejo esperpéntico y fiel de la sociedad que nos ha tocado vivir.

Veo ahora a Juan Luis Cano en un programa de debate político de La Sexta. Sus comentarios y posicionamientos no hacen sino agrandar su figura en un país y un tiempo necesitado de personajes coherentes.

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