martes, 12 de noviembre de 2013

El insólito peregrinaje de Harold Fry (Rachel Joyce)


Ya he hablado en alguna ocasión de la cada vez más generalizada costumbre, moda, manía o plaga de terminar las novelas (y las películas) con una rebuscada pirueta argumental cuyo único fin es sorprender al lector y demostrarle lo listo que es el autor, que ha sido capaz de tenerle engañado de esa manera. En una novela de misterio, esto aún puede tener un pase, pero la novela que nos ocupa hoy es un drama costumbrista. ¡Un drama costumbrista! Y no se trata sólo de que la autora dosifique la información y se guarde cartas en la manga hasta el final, no. Al fin y al cabo, el autor es soberano y puede estructurar la novela como le plazca. Pero hay que ser honrado. Y esta novela no lo es. A lo largo de la narración, la autora engaña deliberadamente al lector haciéndole creer algo que al final se revelará falso.

He pensado mucho, antes de escribir esta crítica, si desvelar o no esa sorpresa final de la que hablo. Y he decidido que sí. No creo que vaya a estropearle a nadie la novela, y puede que evite a alguien el trago de sentirse, como yo, estafado. Pero si te gusta que te tomen el pelo, no sigas leyendo.

La novela trata de un matrimonio de ancianos roto por un suceso del pasado relacionado con su hijo, que se marchó de casa hace años. Algo de lo que nadie habla. Uno imagina desde el principio que una situación tan dramática sólo puede estar causada por la muerte del hijo, pero se convence de que no es eso cuando la mujer relata al hombre sus conversaciones telefónicas con él y, más tarde, cuando el hombre cree reconocerlo entre una multitud. Pues no, al final es todo mentira. El hijo sí está muerto, y la madre, que no pudo asumirlo, tiene conversaciones imaginarias con él. Puede valer, pero ¿dónde encaja aquí la actitud del padre? ¡Que le ve por la calle, sabiendo que está muerto, y lo vive como lo más natural del mundo! Nada de "no es posible" ni de "estoy viendo visiones"... Y, por supuesto, nada de "pero si está muerto". Porque, para más inri, la novela está escrita desde el punto de vista de un narrador omnisciente (narradora en este caso), que no sólo nos cuenta lo que hacen los personajes, sino también lo que ven, lo que piensan y lo que sienten. ¡Menuda tramposa!

Lo que más me sorprende es que todo el mundo habla maravillas de esta novela. Está bien escrita, sí, pero tampoco es para tirar cohetes. (O sí, visto el nivel medio de lo que se publica.) Y encima que te engañen así. O igual es que yo soy un poco cortito.

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